Mandó Dios llamar a su secretario ángel, el más atrevido y ocioso y sabio. Como supuso que la charla iba a ser más larga que un instante, le ofreció:
–¿Té, café, mate, Villavicencio con gas o sin gas?
–Vino. Cabernet sauvignon –pidió el secretario ángel sin parpadear.
–Te hice venir para hacerte unas preguntas. Sobre el gol.
–Tema complejo como todos los temas sencillos –dijo el ángel. Y aleteó
presuntuoso.
–Dejémonos de literatura. Concretamente quiero que me digas cómo es un gol.
–Un gol es cuando la pelota entra por un rectáng...
–No no no... quiero saber qué sienten los que gritan gol. Qué les pasa en
el cuerpo, en la cabeza, en el alma.
–Mi Dios, cómo explicarle.
–Anímate.
–Es que... mi Dios, usted sabe, para explicárselo bien necesitaría acudir a
ciertas palabras que aquí, arriba de los altos cielos, no son bien oídas.
–Te autorizo a decir lo que sea.
–Lo que se experimenta con el gol es... es...
–¿Es?
–Mi Dios, ¡un orgasmo!
–¡Mide tus palabras!
–Usted me autorizó.
–Es verdad. Sigue. Y sin tantas vueltas. Nadie nos escucha. Estamos solos
en el continente de esta nube. Y entre hombres. Habla.
–¿Usted es hombre?
–Bueno, es una manera de decir. Al grano: ¿Así que gritar un gol es como un orgasmo?
–Ni más ni menos. Un orgasmo que pueden compartir diez, veinte, treinta millones de personas. Imagínese, mi Dios: por un gol, países enteros acabando a la vez.
–¡Mide tus palabras!
–Usted me autorizó.
–Es verdad. Y ya que estamos, ¿te parece que, en llegado el caso, yo podría gritar un gol?
–Mi Dios, ¿usted quiere decir si puede tener un orgasmo?
–Sí. Un orgasmo de ésos. Gritando gol.
–No, mi Dios. Usted no puede.
–¿Qué pretendes insinuar? ¡¿Por qué no podré?!
–Porque para ser Dios hay que pagar un precio. Usted nunca podrá gritar gol. Ése es Su precio por ser Dios.
–Debo confesarlo: cambiaría mi D por una d con tal de poder gritar gol...
del libro: De Fútbol Somos
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