Un día un octogenario llegó a un hospital de una gran ciudad. Tenía una cita con el médico a causa de unos problemas en la espalda. Cuando llegó a la sala de espera, una enfermera observó que el anciano no hacía más que mirar su reloj. Daba la sensación de que tenía mucha prisa. Cuando el médico lo atendió, le preguntó:
- ¿Está usted angustiado por algo? Veo que está usted nervioso.
El anciano le respondió:
- Es que tengo una cita con mi esposa, dentro de 20 minutos.
Y no puedo llegar tarde.
- ¡Ah bueno! Ya entiendo. Es normal, a las esposas no les gusta que las hagan esperar y usted no quiere tener problemas con ella. No se preocupe que terminamos enseguida.
- No es eso… Mi mujer ni siquiera me reconoce. Hasta se ha olvidado de cómo me llamo. Tiene la enfermedad de Alzheimer.
- Bueno, entonces no hay de qué preocuparse. Si usted llega tarde, ella no se enterará.
. Es que yo sí la reconozco, y no he olvidado su nombre. Ella sigue siendo mi esposa, y la sigo amando. Por eso no puedo llegar tarde a mi cita con ella.
El médico se quedó sin habla, con los ojos llorosos. Al fin le dijo:
- Gracias, querido amigo, por esa lección de amor.