Básicamente, un banco zombie es una entidad cuyo pasivo supera sus
activos, teniendo lo que se llama un patrimonio neto negativo, siendo el
valor de lo que debe superior al de lo que posee. John Lancaster, en Whoops! Why Everyone Owes Everyone and No One Can Pay,
los define como «un banco que está muerto pero mantiene una seudovida
porque (en general) un gobierno excesivamente indulgente le permite
seguir operando» y atribuye su creación a una «relación demasiado
permisiva entre bancos y Estado que, a partir de 1989, transformó la
maravilla que era la economía japonesa en un comatoso espectador de la
economía mundial».