viernes, 29 de julio de 2016

Diez lecciones de Charld Darwin

1. Somos resultado de la evolución
“Hay un autor fundamental en la biología evolutiva, Theodosius Dobzhansky, que en los años setenta escribió: ‘Nada en biología tiene sentido si no es visto a través del prisma de la evolución’. Imaginemos a un fisiólogo que está mirando una célula por un microscopio y descubre algo. Es como un fotograma. La biología evolutiva coge esos fotogramas y monta una película que trata de reconstruir la historia completa y no solo un momento determinado de una especie. Lo que hacemos es comprender los mecanismos que han ocurrido para que los seres vivos sean como son: de dónde han venido o en qué aspectos han evolucionado. Ya antes de Darwin, los griegos clásicos tenían cierta noción de que los organismos cambiaban en el tiempo. El gran mérito de Darwin fue proponer un mecanismo mucho más eficiente para explicar la evolución: la selección natural. Es un proceso que hace que los individuos que son más competitivos sean aquellos capaces de pasar más genes a la siguiente generación en detrimento de otros individuos menos eficaces que no logran pasar sus genes y cuyas características terminan extinguiéndose. Darwin hizo otro aporte del que no se habla tanto: la selección sexual, que consiste en que dentro de las distintas especies las parejas no se aparean aleatoriamente sino que machos y hembras escogen ciertas características en su pareja para que se propaguen a las siguientes generaciones. Hoy sabemos que la selección sexual hace parte de la selección natural y que es la naturaleza y no un dios creador la que abona el camino para que aparezcan nuevas especies”.
2. Hubo malas interpretaciones
“Durante todo el siglo XX la visión cultural prevaleció sobre la biológica y eso hizo que aparecieran teorías como el darwinismo social. El filósofo inglés Herbert Spencer fue el primero en decir que el pez grande se come al más pequeño o en términos de evolución que el más fuerte siempre acaba venciendo al más débil. Lo que hizo fue proyectar la teoría darwinista al proceder de los humanos y de esa manera justificó la existencia de castas superiores e inferiores. De allí vino la eugenesia y la creencia de que ciertos individuos con ciertas características no tendrían derecho a reproducirse por el bien del grupo. Intentaron aplicar la competencia de los organismos en el medio ambiente a la conducta humana, pero con la derrota de los nazis en la Segunda Guerra Mundial esa visión biologicista aplicada a los humanos cayó estrepitosamente”.
3. La cultura no lo es todo
“Hasta principios de los años ochenta se pensaba que los humanos éramos una tábula rasa y que cuando veíamos a un niño de doce años fumar era porque había aprendido la maña de los padres y así con cualquier otro tipo de comportamiento. Eso implicaba que no había nada programado genéticamente sino que era el medio ambiente el que moldeaba a las personas. El niño que fuma puede explicarse así: el comedor compulsivo recibe una recompensa al comer igual que la persona que se droga o fuma. Hay un gen que codifica para un neurotransmisor que es la dopamina que está implicada en este proceso. Ese gen tiene tres o cuatro variantes que en genética se llaman alelos. Resulta que una de esas variantes es la que predomina en la mayor parte de la población que no tiene adicciones. Pero si se reúne a un grupo de personas con desórdenes de comportamiento que tengan que ver con la comida, el sexo o las drogas, se va a encontrar que comparten una variante que no es la que predomina en la población sin adicciones. Es decir, que si un niño hereda uno de esos genes adictivos y se cría en una familia de no fumadores es muy probable que fume. Otro ejemplo: tanto en la religión judía como en la musulmana está prohibido comer carne de cerdo. En la antigüedad se pensaba que era carne maldita porque las personas que la consumían morían. Hoy sabemos que muchos de esos cerdos tenían un parásito mortal. La predisposición genética no es una condena. Hay un margen de movilidad. Con terapia, el niño que fuma puede dejar de hacerlo. Imaginemos una mesa en la que el barniz es la cultura y lo que hay debajo es la biología. Las dos cosas son importantes, pero sin la madera, la mesa no existiría”.

4. La religión cree y la ciencia demuestra
“Si los humanos fuéramos inmortales y no tuviéramos ningún problema en la vida no tendríamos que creer en algo que nos solucionara esos problemas. El asunto es que en la ciencia no creemos sino que demostramos y eso requiere esfuerzo, inteligencia, perspicacia y sistematicidad. La mayoría de las personas prefiere que haya una cabeza que los guíe para así despreocuparse de resolver todas esas cosas. Es más fácil creer que hay una fuerza sobrenatural que nos va a arreglar la vida que arreglarla nosotros mismos. En los últimos años se ha encontrado un gen que predispone a creer. Quienes lo tienen están predispuestas a tener fe, a ser trascendentes y a pensar que todos en el universo somos un solo conjunto. Prácticamente, el cincuenta por ciento de las personas tiene el gen de la fe y el otro cincuenta no lo tiene. Eso significa que en la población humana hay una mezcla entre personas que creen que ayudan a los demás y personas que son egoístas y materialistas. También es cierto que hay un retorno de las ideas creacionistas lo que más que un peligro para la biología evolutiva es un peligro para la humanidad. Si uno mira en qué partes del mundo el creacionismo está tomando fuerza se dará cuenta de que es en Estados Unidos, donde hay cientos de iglesias protestantes, y en el mundo musulmán. En los colegios del sur de Estados Unidos los creacionistas difundieron una falsa ciencia a la que llamaron el Diseño Inteligente. Su premisa era que un mecanismo tan complejo como el del reloj no hubiera podido ser creado si no existiera un relojero. Tampoco los organismos vivos han podido ser fruto de la casualidad ni de la selección genética sino de un creador inteligente. Piensan que todo fue producto de un golpe y no de un proceso en el que las piezas se han ido ensamblando. Una persona que ve el mundo de esa manera no está abierta al diálogo. En la ciencia, en cambio, hay un enorme poder crítico”.

5. Nos parecemos a las hormigas
“Hay algo que todos los organismos vivientes compartimos y es que nuestro material hereditario contiene genes. Cómo se almacena la información es algo que tenemos en común con una planta, un insecto o un mico. Hay un principio que mueve a los seres vivos y es que todos tienen ADN. Cualquiera puede decir que el comportamiento de una hormiga no es el mismo al de un humano y eso es obvio pero también es cierto que la hormiga busca la mejor manera de pasar sus genes y en eso no somos muy diferentes. Pero hay otro asunto. En 1964 el biólogo inglés W.D. Hamilton hizo un inmenso aporte a las ideas de Darwin. Darwin veía la evolución como una competición entre los individuos, pero Hamilton explicó por qué en las especies sociales en vez de competencia hay cooperación y por qué esa cooperación se da de acuerdo al grado de parentesco de los individuos. Resulta que si yo ayudo a un pariente a pasar mis genes no tengo por qué reproducirme. Un sobrino hereda indirectamente los genes de su tío. Ese descubrimiento abrió una gran puerta para entender los comportamientos de las especies que, como los humanos y las hormigas, viven en sociedad. En estos casos la selección ha podido grabar genéticamente comportamientos donde los individuos emparentados se ayudan entre sí para asegurar el paso de genes. Entonces, que la madre quiera mucho a sus hijos empieza a tener un trasfondo más biológico que cultural. En los años setenta surgió la sociobiología como un estudio de los comportamientos sociales vistos desde la biología y no desde las ciencias sociales como hasta entonces había ocurrido”.

6. La clave está en las estrategias sexuales
“Desde los años ochenta este ha sido un tema fascinante para los biólogos evolutivos. Los hombres buscan que las mujeres tengan una cara aniñada, que sean jóvenes, con senos turgentes y una relación cintura-cadera de dos tercios. ¿Por qué se fijan en esto? Porque es una señal de que las mujeres tienen la mayor cantidad de años posibles de vida reproductiva fértil. Las mujeres llegan a la menopausia pero, en teoría, los hombres pueden pasar genes hasta el día de su muerte. Por otro lado, en distintas especies, la hembra busca de un macho dos cosas: buenos genes o buenos recursos. Hay especies en las que los machos son coloridos y vistosos y las hembras los escogen para asegurar que sus hijos tengan las mismas características. Hay especies en las que no es tan importante que el macho tenga buenos genes como que suministre buenos recursos. En la especie humana, contrario a muchas otras, el hombre y la mujer se seleccionan mutuamente porque los humanos estamos programados genéticamente para que el hombre ayude a cuidar a los hijos. Desde luego, aunque todos nacemos con una predisposición a pasar genes, hay factores culturales como estudiar, tener una carrera y ser exitoso que acaban siendo más fuertes que el instinto”.

7. Un homosexual nace
“Hay genes que codifican la homosexualidad masculina aunque no hay evidencias tan claras para la femenina. Se han encontrado genes en el cromosoma X que tienen una transmisión más materna que paterna, es decir, que cuando en una familia hay un homosexual es muy probable que alguno de los hermanos de la madre sea homosexual. Sin embargo, yo hablaría también de genes de promiscuidad. Lo que ocurre es que entre un macho y una hembra, es ella quien pierde si se enreda con un mal candidato. Si un macho promiscuo necesita copular seguramente será rechazado por muchas hembras, pero si tiene relaciones con alguien de su mismo sexo la carga de responsabilidad se pierde. Desde el punto de vista evolutivo, sin embargo, son más interesantes los bisexuales porque son ellos los que se aseguran de pasar sus genes a la siguiente generación”.
8. El amor se llama FEA
“El enamoramiento tiene que ver con una hormona cuya sigla es FEA. Es el neurotransmisor que se dispara cuando decimos que estamos enamorados, pero solo dura unos meses. Esto tiene un lado positivo porque vivir eternamente enamorados de alguien que no nos corresponde sería poco adaptativo. Cuando pasa el efecto de FEA entra en juego la oxitocina que es la hormona del apego. Originalmente, hay una descarga de oxitocina cuando la madre pare y cuando amamanta a su hijo y eso es lo que la hace tener un enorme apego hacia él. También hay una descarga de oxitocina cuando la mujer tiene un orgasmo y eso hace que sienta un fuerte apego hacia su pareja”.
9. La guerra también es biología
“Generalmente en las guerras se pelea por territorio o recursos naturales. Si un grupo humano necesita expandirse invadirá el territorio vecino. La guerra es un espacio propicio para que las personas que tengan desequilibrios mentales cometan actos crueles y muchos de esos actos tienen que ver con dejar una impronta en el grupo enemigo. Cuando un soldado viola a una mujer está intentado que sus genes se dispersen en el otro bando. En la guerra, el umbral de control social y los mecanismos de represión de los comportamientos caen. Cuando la moral desaparece y no hay ley ni castigo, los instintos biológicos aparecen y un hombre que en condiciones normales jamás violaría a una mujer lo hace”.
10. Somos egoístas
“La evolución no solo se ha dado por competencia sino también por cooperación, entonces esa visión despiadada de la evolución –muy en sintonía con el capitalismo económico– no es la más moderna. En todos los sistemas de animales que viven en sociedad la cooperación entre los individuos es más importante que la competencia. Lo que pasa es que esa cooperación también es egoísta porque si un individuo no coopera las cosas no funcionan. En mi opinión hay una mezcla entre competencia despiadada y cooperación bondadosa. Fijémonos en la relación entre ambos sexos. La mujer tiene unos intereses y el hombre otros, pero si cooperan y logran creer en el otro, podrán reproducirse y pasar sus genes a la siguiente generación”.