1. Somos resultado de la evolución
“Hay un autor fundamental en la biología evolutiva, Theodosius
Dobzhansky, que en los años setenta escribió: ‘Nada en biología tiene
sentido si no es visto a través del prisma de la evolución’. Imaginemos a
un fisiólogo que está mirando una célula por un microscopio y descubre
algo. Es como un fotograma. La biología evolutiva coge esos fotogramas y
monta una película que trata de reconstruir la historia completa y no
solo un momento determinado de una especie. Lo que hacemos es comprender
los mecanismos que han ocurrido para que los seres vivos sean como son:
de dónde han venido o en qué aspectos han evolucionado. Ya antes de
Darwin, los griegos clásicos tenían cierta noción de que los organismos
cambiaban en el tiempo. El gran mérito de Darwin fue proponer un
mecanismo mucho más eficiente para explicar la evolución: la selección
natural. Es un proceso que hace que los individuos que son más
competitivos sean aquellos capaces de pasar más genes a la siguiente
generación en detrimento de otros individuos menos eficaces que no
logran pasar sus genes y cuyas características terminan extinguiéndose.
Darwin hizo otro aporte del que no se habla tanto: la selección sexual,
que consiste en que dentro de las distintas especies las parejas no se
aparean aleatoriamente sino que machos y hembras escogen ciertas
características en su pareja para que se propaguen a las siguientes
generaciones. Hoy sabemos que la selección sexual hace parte de la
selección natural y que es la naturaleza y no un dios creador la que
abona el camino para que aparezcan nuevas especies”.
2. Hubo malas interpretaciones
“Durante todo el siglo XX la visión cultural prevaleció sobre la
biológica y eso hizo que aparecieran teorías como el darwinismo social.
El filósofo inglés Herbert Spencer fue el primero en decir que el pez
grande se come al más pequeño o en términos de evolución que el más
fuerte siempre acaba venciendo al más débil. Lo que hizo fue proyectar
la teoría darwinista al proceder de los humanos y de esa manera
justificó la existencia de castas superiores e inferiores. De allí vino
la eugenesia y la creencia de que ciertos individuos con ciertas
características no tendrían derecho a reproducirse por el bien del
grupo. Intentaron aplicar la competencia de los organismos en el medio
ambiente a la conducta humana, pero con la derrota de los nazis en la
Segunda Guerra Mundial esa visión biologicista aplicada a los humanos
cayó estrepitosamente”.
3. La cultura no lo es todo
“Hasta principios de los años ochenta se pensaba que los humanos éramos
una tábula rasa y que cuando veíamos a un niño de doce años fumar era
porque había aprendido la maña de los padres y así con cualquier otro
tipo de comportamiento. Eso implicaba que no había nada programado
genéticamente sino que era el medio ambiente el que moldeaba a las
personas. El niño que fuma puede explicarse así: el comedor compulsivo
recibe una recompensa al comer igual que la persona que se droga o fuma.
Hay un gen que codifica para un neurotransmisor que es la dopamina que
está implicada en este proceso. Ese gen tiene tres o cuatro variantes
que en genética se llaman alelos. Resulta que una de esas variantes es
la que predomina en la mayor parte de la población que no tiene
adicciones. Pero si se reúne a un grupo de personas con desórdenes de
comportamiento que tengan que ver con la comida, el sexo o las drogas,
se va a encontrar que comparten una variante que no es la que predomina
en la población sin adicciones. Es decir, que si un niño hereda uno de
esos genes adictivos y se cría en una familia de no fumadores es muy
probable que fume. Otro ejemplo: tanto en la religión judía como en la
musulmana está prohibido comer carne de cerdo. En la antigüedad se
pensaba que era carne maldita porque las personas que la consumían
morían. Hoy sabemos que muchos de esos cerdos tenían un parásito mortal.
La predisposición genética no es una condena. Hay un margen de
movilidad. Con terapia, el niño que fuma puede dejar de hacerlo.
Imaginemos una mesa en la que el barniz es la cultura y lo que hay
debajo es la biología. Las dos cosas son importantes, pero sin la
madera, la mesa no existiría”.
4. La religión cree y la ciencia demuestra
“Si los humanos fuéramos inmortales y no tuviéramos ningún
problema en la vida no tendríamos que creer en algo que nos solucionara
esos problemas. El asunto es que en la ciencia no creemos sino que
demostramos y eso requiere esfuerzo, inteligencia, perspicacia y
sistematicidad. La mayoría de las personas prefiere que haya una cabeza
que los guíe para así despreocuparse de resolver todas esas cosas. Es
más fácil creer que hay una fuerza sobrenatural que nos va a arreglar la
vida que arreglarla nosotros mismos. En los últimos años se ha
encontrado un gen que predispone a creer. Quienes lo tienen están
predispuestas a tener fe, a ser trascendentes y a pensar que todos en el
universo somos un solo conjunto. Prácticamente, el cincuenta por ciento
de las personas tiene el gen de la fe y el otro cincuenta no lo tiene.
Eso significa que en la población humana hay una mezcla entre personas
que creen que ayudan a los demás y personas que son egoístas y
materialistas. También es cierto que hay un retorno de las ideas
creacionistas lo que más que un peligro para la biología evolutiva es un
peligro para la humanidad. Si uno mira en qué partes del mundo el
creacionismo está tomando fuerza se dará cuenta de que es en Estados
Unidos, donde hay cientos de iglesias protestantes, y en el mundo
musulmán. En los colegios del sur de Estados Unidos los creacionistas
difundieron una falsa ciencia a la que llamaron el Diseño Inteligente.
Su premisa era que un mecanismo tan complejo como el del reloj no
hubiera podido ser creado si no existiera un relojero. Tampoco los
organismos vivos han podido ser fruto de la casualidad ni de la
selección genética sino de un creador inteligente. Piensan que todo fue
producto de un golpe y no de un proceso en el que las piezas se han ido
ensamblando. Una persona que ve el mundo de esa manera no está abierta
al diálogo. En la ciencia, en cambio, hay un enorme poder crítico”.
5. Nos parecemos a las hormigas
“Hay algo que todos los organismos vivientes compartimos y es que
nuestro material hereditario contiene genes. Cómo se almacena la
información es algo que tenemos en común con una planta, un insecto o un
mico. Hay un principio que mueve a los seres vivos y es que todos
tienen ADN. Cualquiera puede decir que el comportamiento de una hormiga
no es el mismo al de un humano y eso es obvio pero también es cierto que
la hormiga busca la mejor manera de pasar sus genes y en eso no somos
muy diferentes. Pero hay otro asunto. En 1964 el biólogo inglés W.D.
Hamilton hizo un inmenso aporte a las ideas de Darwin. Darwin veía la
evolución como una competición entre los individuos, pero Hamilton
explicó por qué en las especies sociales en vez de competencia hay
cooperación y por qué esa cooperación se da de acuerdo al grado de
parentesco de los individuos. Resulta que si yo ayudo a un pariente a
pasar mis genes no tengo por qué reproducirme. Un sobrino hereda
indirectamente los genes de su tío. Ese descubrimiento abrió una gran
puerta para entender los comportamientos de las especies que, como los
humanos y las hormigas, viven en sociedad. En estos casos la selección
ha podido grabar genéticamente comportamientos donde los individuos
emparentados se ayudan entre sí para asegurar el paso de genes.
Entonces, que la madre quiera mucho a sus hijos empieza a tener un
trasfondo más biológico que cultural. En los años setenta surgió la
sociobiología como un estudio de los comportamientos sociales vistos
desde la biología y no desde las ciencias sociales como hasta entonces
había ocurrido”.
6. La clave está en las estrategias sexuales
“Desde los años ochenta este ha sido un tema fascinante para los
biólogos evolutivos. Los hombres buscan que las mujeres tengan una cara
aniñada, que sean jóvenes, con senos turgentes y una relación
cintura-cadera de dos tercios. ¿Por qué se fijan en esto? Porque es una
señal de que las mujeres tienen la mayor cantidad de años posibles de
vida reproductiva fértil. Las mujeres llegan a la menopausia pero, en
teoría, los hombres pueden pasar genes hasta el día de su muerte. Por
otro lado, en distintas especies, la hembra busca de un macho dos cosas:
buenos genes o buenos recursos. Hay especies en las que los machos son
coloridos y vistosos y las hembras los escogen para asegurar que sus
hijos tengan las mismas características. Hay especies en las que no es
tan importante que el macho tenga buenos genes como que suministre
buenos recursos. En la especie humana, contrario a muchas otras, el
hombre y la mujer se seleccionan mutuamente porque los humanos estamos
programados genéticamente para que el hombre ayude a cuidar a los hijos.
Desde luego, aunque todos nacemos con una predisposición a pasar genes,
hay factores culturales como estudiar, tener una carrera y ser exitoso
que acaban siendo más fuertes que el instinto”.
7. Un homosexual nace
“Hay genes que codifican la homosexualidad
masculina aunque no hay evidencias tan claras para la femenina. Se han
encontrado genes en el cromosoma X que tienen una transmisión más
materna que paterna, es decir, que cuando en una familia hay un
homosexual es muy probable que alguno de los hermanos de la madre sea
homosexual. Sin embargo, yo hablaría también de genes de promiscuidad.
Lo que ocurre es que entre un macho y una hembra, es ella quien pierde
si se enreda con un mal candidato. Si un macho promiscuo necesita
copular seguramente será rechazado por muchas hembras, pero si tiene
relaciones con alguien de su mismo sexo la carga de responsabilidad se
pierde. Desde el punto de vista evolutivo, sin embargo, son más
interesantes los bisexuales porque son ellos los que se aseguran de
pasar sus genes a la siguiente generación”.
8. El amor se llama FEA
“El enamoramiento tiene que ver con una hormona cuya sigla es FEA. Es el
neurotransmisor que se dispara cuando decimos que estamos enamorados,
pero solo dura unos meses. Esto tiene un lado positivo porque vivir
eternamente enamorados de alguien que no nos corresponde sería poco
adaptativo. Cuando pasa el efecto de FEA entra en juego la oxitocina que
es la hormona del apego. Originalmente, hay una descarga de oxitocina
cuando la madre pare y cuando amamanta a su hijo y eso es lo que la hace
tener un enorme apego hacia él. También hay una descarga de oxitocina
cuando la mujer tiene un orgasmo y eso hace que sienta un fuerte apego
hacia su pareja”.
9. La guerra también es biología
“Generalmente en las guerras se pelea por
territorio o recursos naturales. Si un grupo humano necesita expandirse
invadirá el territorio vecino. La guerra es un espacio propicio para que
las personas que tengan desequilibrios mentales cometan actos crueles y
muchos de esos actos tienen que ver con dejar una impronta en el grupo
enemigo. Cuando un soldado viola a una mujer está intentado que sus
genes se dispersen en el otro bando. En la guerra, el umbral de control
social y los mecanismos de represión de los comportamientos caen. Cuando
la moral desaparece y no hay ley ni castigo, los instintos biológicos
aparecen y un hombre que en condiciones normales jamás violaría a una
mujer lo hace”.
10. Somos egoístas
“La evolución no solo se ha dado por
competencia sino también por cooperación, entonces esa visión despiadada
de la evolución –muy en sintonía con el capitalismo económico– no es la
más moderna. En todos los sistemas de animales que viven en sociedad la
cooperación entre los individuos es más importante que la competencia.
Lo que pasa es que esa cooperación también es egoísta porque si un
individuo no coopera las cosas no funcionan. En mi opinión hay una
mezcla entre competencia despiadada y cooperación bondadosa. Fijémonos
en la relación entre ambos sexos. La mujer tiene unos intereses y el
hombre otros, pero si cooperan y logran creer en el otro, podrán
reproducirse y pasar sus genes a la siguiente generación”.