lunes, 21 de abril de 2014

La apuesta

La apuesta o Infinito-nada son unas reflexiones pioneras en la teoría de juegos que conciernen a algo metafísico: la existencia de Dios. Pascal intentó convencerse de ella utilizando la probabilidad matemática.
El infini-rien, hallado en el bolsillo de Pascal cuando murió, consiste en dos hojas de papel escritas en distintos momentos y con muchas tachaduras. Esta manera de trabajar no era habitual en él. Sus pensamientos acostumbraban a salir de manera pausada, ordenada, y eran plasmados con una caligrafía clara y sin apenas borrones. El filósofo, un buen racionalista, habría intentado dar una solución lógica al problema de la vida eterna pero probablemente fue el temor a posibles represalias lo que hizo que no escribiera un texto definitivo, y por tanto publicable, con sus reflexiones acerca de Dios y la vida tras la muerte. El texto en borrador consiste en un diálogo entre un maestro de fe convencida -Pascal- que anima a su joven discípulo a que aparque sus dudas y crea en Dios. Empieza planteando el gran dilema: ¿existe Dios o no? Se atreve a admitir, hecho nada usual en su época, que no puede responder. Sin embargo, no se detiene aquí y asigna una probabilidad indeterminada a que sí y la probabilidad opuesta a que no.
  • Tú puedes creer en Dios, si existe irás al cielo.
  • Tú puedes creer en Dios, si no existe no ganarás nada.
  • Tú puedes no creer en Dios, si no existe tampoco ganarás nada.
  • Tú puedes no creer en Dios, si existe tú serás castigado.
Además Pascal creía en la moral cristiana, así que creer en Dios (y por ende en su religión) aportaba a la persona una moralidad positiva.

Dios existe (Dios) Dios no existe (¬Dios)
Creer en Dios (Creer) + ∞ (CIELO)
0
No creer en Dios (¬Creer) − ∞ (INFIERNO)
0
Apostar por Dios requiere practicar la fe aunque, como el maestro admite, sea un sacrificio ir a la iglesia, dar limosna y comportarse según los preceptos religiosos; pero defiende que la recompensa de la vida eterna compensa con creces por todo ello. El discípulo no cede fácilmente y recuerda que no está demostrado que haya un ser superior. Pero el maestro insiste: hay poco que perder y mucho que ganar.
El argumento de esperanza, denominado así por los comentaristas de Pascal, solicita que el promedio de nuestra felicidad sobre la probabilidad de que Dios exista sea positivo; es decir, que el placer mundano más la recompensa incierta de una vida eterna supere al sacrificio intrínseco de la religión.
Pascal concluye que se debe creer en Dios si hay una mínima posibilidad, diferente de cero, de que exista; porque el hipotético infinito de la vida celestial minimiza cualquier sacrificio en una vida finita. Con esta argumentación, de la que procede el nombre infini-rien, Pascal convence definitivamente al joven discípulo.

Paradoja de Epicuro

martes, 1 de abril de 2014

Charles Baudelaire

EMBRIÁGUENSE

Hay que estar ebrio siempre. Todo reside en eso: ésta es la única cuestión. Para no sentir el horrible peso del Tiempo que nos rompe las espaldas y nos hace inclinar hacia la tierra, hay que embriagarse sin descanso.

Pero, ¿de qué? De vino, de poesía o de virtud, como mejor les parezca. Pero embriáguense.

Y si a veces, sobre las gradas de un palacio, sobre la verde hierba de una zanja, en la soledad huraña de su cuarto, la ebriedad ya atenuada o desaparecida ustedes se despiertan pregunten al viento, a la ola, a la estrella, al pájaro, al reloj, a todo lo que huye, a todo lo que gime, a todo lo que rueda, a todo lo que canta, a todo lo que habla, pregúntenle qué hora es; y el viento, la ola, la estrella, el pájaro, el reloj, contestarán:

“¡Es hora de embriagarse!"

Para no ser los esclavos martirizados del Tiempo, ¡embriáguense, embriáguense sin cesar! De vino, de poesía o de virtud, como mejor les parezca.


Charles Baudelaire


Arrsation

Arrastion
Padre nuestro latinoamericano.

Padre nuestro que estás en los cielos,
con las golondrinas y con los misiles,
quiero que vuelvas antes que olvides
cómo se llega al sur de Río Grande.
Padre nuestro que estás en el exilio,
casi nunca te acuerdas de los míos,
de todos modos, dondequiera que estés,
santificado sea tu nombre
no quienes santifican en tu nombre
cerrando un ojo para no ver las uñas sucias de la miseria.

En el siglo XXI
ya no sirve pedirte venga a nos el tu reino,
porque tu reino también está aquí abajo,
metido en los rencores y en el miedo,
en las vacilaciones y en la mugre,
en la desilusión y en la modorra,
en este ansia de verte, pese a todo.
Cuando hablaste del rico, la aguja y el camello
y te votamos todos, por unanimidad, para la gloria,
también alzó su mano el indio silencioso
que te respetaba pero se resistía a pensar… hágase tu voluntad.
Sin embargo una vez cada tanto
tu voluntad se mezcla con la mía,
la domina, la enciende, la duplica,
más arduo es conocer cuál es tu voluntad
cuando creo de veras lo que digo creer,
así en tu omnipresencia como en mi soledad,
así en la tierra como en el cielo,
siempre estaré más seguro de la tierra que piso
que del cielo intratable que me ignora.

Pero, quién sabe?, no voy a decidir
que tu poder se haga o se deshaga.
Tu voluntad igual se está haciendo en el viento,
en el Ande de nieve,
en el pájaro que fecunda a su pájara,
en los cancilleres que murmuran “Yes sir”,
en cada mano que se convierte en puño.
Claro, no estoy muy seguro si me gusta el estilo
que tu voluntad elige para hacerse;
lo digo con irreverencia y gratitud,
dos emblemas que pronto serán la misma cosa.
Lo digo, sobre todo, pensando en el pan nuestro de cada día
y de cada pedacito de día.

Ayer nos lo quitaste, dánosle hoy.
O al menos el derecho de darnos nuestro pan,
no sólo el que era símbolo de algo,
sino el de miga y cáscara,
el pan nuestro.

Ya que nos quedan pocas esperanzas y deudas
perdónanos, si puedes, nuestras deudas,
pero no nos perdones la esperanza;
no nos perdones nunca nuestros créditos.
A más tardar mañana saldremos a cobrar a los fallutos,
tangibles y sonrientes forajidos.

A los que tienen garras para el arpa
y un panamericano temblor con que se incuba
la última escupida que cuelga de su rostro
Poco importa que nuestros acreedores perdonen
así como nosotros, una vez, por error,
perdonamos a nuestros deudores.
Todavía nos deben como un siglo de insomnios y garrote,
como diez mil kilómetros de injurias,
como veinte medallas a Somoza,
como una sola Guatemala muerta.
No nos dejes caer en la tentación
de olvidar o vender este pasado,
o arrendar una sola hectárea de su olvido,
ahora que es la hora de saber quiénes somos
y han de cruzar el río el dólar y su amor contra-reembolso
arráncanos del alma el último mendigo
y líbranos de todo mal de conciencia.

Amén